La falta de credibilidad en la función judicial y la movilización del 1F
Es por todos aceptado que en los tiempos
que corren, el poder judicial en Argentina, no pasa por un momento donde se pueda considerar
que es valorado por la sociedad en general. Sin pretender analizar las
verdaderas causas de esa sensación de falta de credibilidad, queremos sumarnos
a todos los que están preocupados por el futuro institucional de nuestra república. Hoy los
comunicadores se muestran muy proclives a la crítica del funcionamiento judicial
y resulta una gravísima situación de corrupción institucional la que conocimos mediante la videofilmación que dió cuenta de reuniones entre dirigentes políticos y funcionarios de inteligencia con empresarios, para atacar a dirigentes gremiales. Asistimos a conocer las maniobras que diagramaron en el anterior gobierno para espiarnos, para involucrar a personas en casos de
lawfare, además de endeudarnos internacionalmente con fines ilícitos. Es en plena crisis institucional, que no conocemos precedentes en períodos democráticos, que se ha convocado a una movilización ciudadana
para el primer día hábil de febrero, para manifestarse en contra de los
actuales miembros de la Corte Suprema de Justicia. En realidad -aunque no se diga- es una manifestación en general contra el mal funcionamiento de un poder judicial que no se encuentra a la altura de sus circunstancias y que no viene al caso apuntar aquí. No podemos permanecer ajenos
a esta grave situación, que consideramos inédita, porque la que recordamos y
fue un éxito remite a la ley del 2 por 1. Por ello queremos hacer algunas
reflexiones para contribuir a un debate que debemos propiciar. Lo primero que
debemos reconocer es que si bien no hay datos comprobables de ese descrédito del que
hablan los medios, como profesionalmente estamos inmersos en el funcionamiento judicial, y tenemos la suerte de hablar con la gente, que compone nuestra clientela, no necesitamos de estadísticas para saber que sienten respecto de los jueces. Lo cierto es que se ha instalado esa crisis de credibilidad, aunque reitero sin
estudios estadísticos que permitan tener certeza de la opinión que la sociedad
argentina tiene de la función judicial. No podemos tomar en cuenta, la opinión -obviamente
comprometida- de aquellas personas públicas que han tenido la desgracia de caer
en las redes del procedimiento penal. Sobre todo cuando fueron víctimas de
lawfare, es decir la utilización del aparato judicial, con fines políticos que
ha inventado hechos para provocar el descrédito de aquel que se pretende
destruir. Nos interesa la de muchos estudiosos del funcionamiento del sistema
judicial, que por su trayectoria y prestigio, pueden analizar con autoridad lo
que está sucediendo. En ese recorrida las voces críticas más legitimadas, es la
de aquellos que son o han sido miembros del propio poder judicial que se
encuentra en crisis. Destacamos la convocatoria a la movilización, que fue
ideada por el Dr. Juan Ramos Padilla, miembro de una Cámara Nacional de
Apelación en lo Criminal. Precisamente la organización justicia legítima, conformada por magistrados honorables y comprometidos con la democracia y las instituciones republicanas, avalan la movilización. También, la pública adhesión con propuestas concretas
para aumentar el número de miembros, que realizó el Dr. Raúl Zaffaroni. Son
muchos los doctrinarios del derecho constitucional o del derecho penal o
procesal, que hacen gala de sus miradas críticas para tratar de explicar lo que
sucede, aunque algunos tengan sus reparos con la metodología de la movilización.
Pero nos interesa especialmente el debate sobre la o las razones para justificar esa crisis de autoridad en el
funcionamiento del poder judicial, que nos mueve a la reflexión y que sin dudas
superará la movilización del 1 de febrero. Es probable que en buena medida las razones del descreimiento sean afines a quienes reniegan en general de la actividad política y que alguna vez sostuvieron el absurdo "que se vayan todos". Seguramente son muchas las
razones de esta falta de credibilidad, y anticipamos que la preferimos a
aquella "fe ciega", similar a la que sostiene un pensamiento religioso, digna de
épocas medievales donde reinaba la inquisición. Adherimos a aquella mirada
crítica que hace eje en el interior del poder judicial, considerando muchas fallas
en la forma que los mismos jueces utilizan para redactar y luego comunicar sus
decisiones. El uso de un lenguaje completamente ajeno al común de las personas,
en la redacción de sus sentencias se replica a la hora de difundir su obra.
Además, las pocas veces que extraordinariamente acceden a intervenir en algún
medio de comunicación, se exponen a recibir críticas de sus propios colegas.
Son contados con los dedos de una mano, aquellos jueces valientes, que
preocupados por cumplir con su función al servicio de las personas que
titularizan el conflicto, los contemplan a la hora de fundar sus decisiones. No
nos equivocamos si afirmamos que en realidad la gran mayoría de los jueces
escriben sus sentencias para que sean leídas solo por abogados, incluyendo
obviamente a sus propios superiores en otras instancias. Siendo así el discurso
jurídico florece con todas sus características que lo presentan abstruso, digno
de ser la herramienta de quien detenta un poder inasible, mientras más
incomprensible más eficaz para el objetivo que se persigue. En general toda la
corporación judicial funciona de este modo, aceptando o peor gozando, de un
tratamiento digno de siglos pasados, que los propios abogados propician y se
niegan a abandonar. Una sala de audiencia permite establecer las
contradicciones que aparecen cuando el abogado que trata de Su Señoría al Juez,
recibe su calificación de curial, algo incomprensible, sobre todo para quien no
profesa religión alguna. Si a ello agregamos la ornamentación católica
presidiendo alguna importante Sala, como no puede ser de otra manera en la
Corte de la "Santa Fe", el resultado no puede ser otro que una enorme
separación entre la sociedad y quienes ejercen la función judicial. Ni los
jueces tienen porqué recibir un tratamiento digno de antiguos nobles que
repugnan a nuestra República y a la Constitución que prohíbe tales títulos y
honores, ni los abogados pertenecemos a la curia, ni el poder que ejercen
se encuentra iluminado por un pensamiento mágico. El esfuerzo para mejorar la
situación de crisis, es poner las cosas en su debido lugar, y transmitir
claramente la idea de quienes son los jueces y cuál es la naturaleza de la
función que cumplen a la hora de resolver los conflictos que les llegan a sus
estrados. A ello se agrega que tradicionalmente desde antes de la Revolución
Francesa y se mantiene hasta nuestros días, el poder judicial, ha sido el más
conservador, el más renuente a los cambios sociales que pudieran propiciar los
otros poderes. Los propios líderes de los partidos políticos, han aceptado este
orden de cosas, y la Constitución misma se encarga de perpetuarlos en el poder
mientras dure su buena conducta. Esto debe entenderse, mientras no sea
sorprendido "in fraganti" en la comisión de un delito y tenga
trascendencia mediática. El sistema capitalista en el que funcionan los países,
ha encontrado en los jueces permanentes, el reaseguro de que por más audacia que
tengan quienes dirigen el ejecutivo, o los propios legisladores, hay un orden
establecido que no se va a modificar. Generalmente ese orden es el que
beneficia a quienes detentan el poder real en la sociedad. De modo que la
crisis de credibilidad, es bienvenida cuando ese pueblo advierte que quienes
conducen al poder judicial, no representan sus intereses colectivos. No
defienden sus derechos y garantías. Al contrario permiten la permanencia de
Procuradores deslegitimados, de fiscales indagados y no respetan a
instituciones muy afines como lo es el Consejo de la Magistratura, pensado para
administrar al poder judicial, lo que la misma Corte no se lo ha permitido y
recientemente descubrió que su composición de años era inconstitucional en su
representación numérica. Se impone un debate para discutir hasta qué punto, por
lo menos los integrantes de las Cortes (nacional y provinciales) no deben ser
elegidos por un tiempo determinado. La periodicidad de las funciones públicas
es una característica de una República, y así se la ha considerado a la hora de
regular al poder ejecutivo y al legislativo. No encontramos justificativo
alguno para que los jueces no tengan el mismo límite en el ejercicio de sus
funciones que son tan políticas como las otras y deberían ser fortificadas en
su legitimación de origen para que la sociedad los sienta como sus
representantes designados para resolver sus conflictos. El pueblo que por
mayoría elige a sus representantes, debe tener la clara expectativa que los
miembros del poder judicial, también son renovados acompañando los lineamientos
políticos de los nuevos gobernantes. Esta idea difícilmente pueda encontrar
realización, si se piensa que la función judicial es ajena a la política, que
la trasciende, que está por encima de ella. ¡Que el derecho es una ciencia
indiferente a las luchas por el poder! Mientras la mayoría de los dirigentes
políticos en nuestro país, sean abogados, y lo más grave, se han formado en
universidades donde el dogmatismo normativo, les impidió adquirir un
pensamiento crítico, para ver al derecho con fundamentos que se enriquecen con
saberes antropológicos, sociológicos, psicológicos, tal como ocurre con las
llamadas ciencias sociales. Es preciso entender que el derecho es nada más que
una herramienta para el ejercicio del poder, con una especial apetencia por
acceder al valor justicia, pero nada más. Siempre dependerá de los hombres que
la ejerzan para lograr concretarla. Por ello, es fundamental que la militancia
de estas ideas se realice en el campo de la educación. Son los profesores los
que tienen que difundir la necesidad de incorporar el pensamiento crítico, al
que tanto temen los conservadores. Recién entonces tendremos una clase
dirigente universitaria que pueda entender la necesidad de reformular los
sistemas políticos para que se pongan al servicio de la gente, y desaparezca
esta desconfianza, que ha provocado estas reflexiones. Si así fuera, bienvenida
la crisis, porque de ella seguramente saldremos fortalecidos.
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